Perdóneme Padre
Aquel que acude a un confesionario, lo hace en libertad, sabiendo que puede desnudar su conciencia en secreto con la seguridad de que jamás podrá ser contado. Uno habla, otro escucha. Uno valora la magnitud del pecado y pondrá una penitencia, el otro llevará a cabo la expiación correspondiente con la intención de no volver a cometer la misma falta.
—¡Perdóneme padre, porque
he pecado!
—¡Ave María Purísima!
—Sin pecado concebida,
padre aquí estoy otra vez, confesando y dolido por caer siempre en lo mismo.
—Hijo, es la séptima
semana que acudes junto a mí para que Dios te perdone el mismo delito.
—Si Padre, así es, le
juro que lo intento, que me encomiendo a Dios antes de enfurecer, pero El Señor
me abandonó, solo usted me puede perdonar.
—Yo puedo perdonarte. Dios
también puede perdonar. Una, dos e incluso tres veces, ¡pero hijo, esta es la
séptima!
—Lo sé padre, lo sé. Por
más que lo intento no consigo dominarme, no encuentro esa paz que tengo al
hablar en este confesionario. Escucho con atención su penitencia, sus consejos,
luego al salir por esa gran puerta, todo se me olvida y ya no soy dueño de mi
cabeza, de mi furia, mi rabia, de mi ira.
El silencio se tornó incómodo,
en especial para el visitante, deseaba escuchar ese perdón, esas palabras que
lo tranquilizaban, confiaba en aquel hombre que a pesar de saber todo el daño
que él hacía, no podría contarlo. Acudía porque necesitaba ese desahogo,
sentirse libre de culpa por unos momentos.
—Padre, ¿Por qué no dice
nada?
—Estoy hablando con Dios,
necesito un momento de silencio, espero una respuesta de mi señor.
—Padre, háblele bien de
mí, no deje que me mande al infierno cuando me muera.
El sacerdote notaba como
poco a poco su nerviosismo aumentaba, de un momento a otro su carrera se
terminaría, estaba decidido, rompería su juramento y dejaría atrás sus creencias,
todo por la salvación de una persona.
Revelado el secreto de
confesión quedaría excomulgado, pondría en un compromiso a su iglesia, sus
feligreses ya no podrían confiar en él. Una decisión que resultaba difícil dada
su condición. Había roto el sigilo sacramental, algo que por ninguna razón
podía hacer, sin embargo, necesitaba salvar a aquella persona indefensa que se
sentía abandonada por los hombres.
Mientras, una mujer
curaba sus heridas en silencio, esperando que la próxima paliza cubriese la
anterior. Una mujer silenciosa porque sus gritos no eran escuchados. Una mujer
desnuda ante el mundo sin que nadie la ayudase a vestirse. Una mujer encadenada
a su propio cuerpo.
Sabía que solo él tenía
esa llave que rompería el calvario y se arrepentía de no haberla usado mucho
antes.
La puerta de la Iglesia se abrió de par en par, el hombre sin saber lo que sucedía vio como la cortina se apartaba y era apresado.
—Padre ¿Qué ha hecho? ¿Qué ha hecho padre?
¡Ojalá todo el mundo colaborase para terminar con esta lacra!
ResponderEliminarAbrazote utópico.-
Demasiado esperó, me temo. A la primera, se tendría que actuar. En fin, no sé cuándo la gente se dará cuenta de que nadie pertenece a nadie, y que la fuerza bruta no es el camino para hacer que se queden a tu lado.
ResponderEliminarUn relato que pone la piel de gallina, y más actual de lo que quisiéramos.
Un abrazo
Religión y curas aprovechándose de la ignorancia de las masas. El nombre del Padre puede que fuera Esperancejo.
ResponderEliminarExcelente relato, muchas gracias por compartirlo con nosotros, buen finde!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe salí del meollo del relato, pero es que da para mucho. El clero, la conciencia, las fallas humanas... Gracias siempre amiga!
ResponderEliminarEliminé sin querer. Pero decía que el relato me parece fantástico y me pone a reflexionar en esa cárcel de terror en que vivimos sometidos a cánones impuestos.
ResponderEliminarUm grande texto para refletir. Obrigada por compartilhar!
ResponderEliminarBom final de semana.
Saudações
Buen relato, el pobre padre hizo lo que tenia que hacer una persona que agrade a otro nunca se arrepiente. Te mando un beso
ResponderEliminarLa religión es un tema interesantísimo para los relatos. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn beso,
Bravo. Hizo bien, habló con Dios y este le dijo qué hacer.
ResponderEliminarVengo de visita del blog de Eli. Tienes un interesante blog. No dejes de escribir nunca.
Saludos de sábado.
Excelente relato. Y e lo dice alguien que trajina con eso. Te aconsejaría más bien, no publicarlos en el blog y probar a enviarlos a los concursos, porque se trata de relatos ganadores.
ResponderEliminarY en otro orden. Vine por aquí por recomendación de tu amiga Eli Mendez
Saludos desde Brasil
Probablemente estas cosas pasaban y siguen pasando, solo que el "feligres" tal vez ni sisquiera lo sondiera pecada o malo. Creo hizo bien el cura
ResponderEliminarPasando a releer y deseándote una feliz semana nueva.
ResponderEliminarSaludos desde Brasil
Ouch, qué revelación. Buen relato.
ResponderEliminar"Ego te absolvo..." (Interesante relato)
ResponderEliminarExcelente texto, que nos faz reflectir muito sobre certos cuidados que temos que ter, quando nos expomos com alguma fragilidade!
ResponderEliminarTe desejo um bom fim de semana.
Un abrazo!
Ojalá los sacerdotes actuaran de esta manera, ¿cuántas barbaridades habrán tenido que escuchar y guardar por el secreto de confesión? Eso les pone en una tesitura muy complicada, pero aquí el deber de ayudar a los demás ganó la batalla,bss!
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarEn los tiempos que corren, y aunque respeto la fe de las personas y ese ritual de la confesión, creo que lo del secreto de confesión debería no ser obligatorio en según que situaciones.
Cuando sean cosas banales, que carecen de una importancia real, vamos que solo sirven para que el feligrés esté en calma consigo mismo, vale, pero cuando ya se cruza esa línea tan monstruosa como la que se presenta en el relato, es que en la primera confesión debería haberlo denunciado.
Además, ¿la iglesia no dice que tenemos que hacer el bien?, pues por consiguiente, no deberían excomulgar al sacerdote porque precisamente es lo que ha hecho, aunque tarde a mi parecer.
Besotes