La mujer de mi vecino
Retomar la vida después
de salir de un psiquiátrico no resultaba nada sencillo, las pautas que seguías
en el centro eran muy difíciles de realizar cuando estabas solo en una nueva
casa, con nuevos vecinos y con ruidos extraños que llevabas varios años sin escuchar.
La vida nunca me fuera
sencilla, en especial para las mentes débiles, esas mentes que caían en picado
ante la adversidad, cuando los pensamientos eran tan fuertes y tan altos que te
obligaban a desvariar e incluso a perder el conocimiento.
Todo comenzara a los
dieciséis años cuando crees saberlo todo y no sabes nada, cuando parece que
todo lo malo te llega y no sabes cómo atajarlo, quedar solo era una tarea complicada
de asimilar, sufrir era algo que no sabía hacer, llorar era un lujo que liberaba
presión en la cabeza a punto de estallar. No fue lo más cómodo para la nueva
familia de acogida, ya que no se lo puse fácil, estaba enfadado con el mundo,
con la vida, conmigo mismo por todo lo sucedido y con mis padres por haberme
dejado cuando más los necesitaba. Acabar en un centro de salud mental fue lo
mejor que pudieron hacer por mí, allí aprendí a ordenar mi mente, a lidiar con
el dolor, a llorar a pesar de no tener lágrimas, a pensar y decir lo que
pensaba, a la rutina diaria.
Ahora solo en aquella
casa que durante dieciséis años fuera mi hogar, estaba asustado, miraba todos
aquellos recuerdos sintiendo como el tiempo retrocedía e intentaba no volver a
caer por miedo a no poder levantarme. Pero todo cambió cuando desde la ventana
la vi a ella, la mujer de mi vecino, joven, hermosa, alegre, caminaba bailando
mientras daba una vuelta por el jardín delantero. Cuando sus ojos se fijaron en
los míos el corazón se paró o eso creía, era tan hermosa, sus ojos estaban tan
vivos que me dieron esperanza, algo bueno estaba sucediendo, viviría al lado de
aquella diosa.
Los meses siguientes ella
coqueteaba conmigo sin decir una palabra, salía más veces de las habituales
para pasear por el jardín, sabía que yo la miraba, que estaba pendiente de sus
movimientos, que me atraía su belleza, lo que más me gustaba era cuando se
sentaba en la escalera con la vista perdida en el horizonte, hubiese dado parte
de mi vida por saber que pensaba, que pensamientos ocultos tendría sobre ese
vecino que la observaba todos los días. Tentado estuve en varias ocasiones de
salir a conversar, por el momento no estaba preparado, me daba miedo su
reacción, su mirada, su belleza.
Varios años observando
aquella mujer todos los días con su misma rutina que produjo un hábito en mi
forma de salir al mundo que poco a poco me iba curando de mis fantasmas, hasta
que conseguí salir del letargo emocional en el cual llevaba trabajando durante
años, aquella bella mujer consiguió que viese la vida tal y como era, hermosa
como ella, fácil si no le poníamos trabas a lo cotidiano, sencilla si no
buscábamos castigarnos.
El día que la conocí
comprendí cuál era la sencillez de la vida, adaptarse lo mejor posible, ella
era ciega, nunca me había visto ni mirado, no conocía la luz del día, ni los
colores, ni los atardeceres, pero era feliz porque había comprendido que no
servía de nada quejarse, autodestruirse con pensamientos o con acciones,
simplemente vivir lo mejor posible y sobre todo ser lo más dichoso que se
pudiese, pues es poco el tiempo y no la valía la pena desperdiciarlo.
Todo esto lo he aprendido
viendo a una mujer que hasta que la conocí no supe que no me podía ver, sin
embargo, hizo que viera la hermosura de lo que me rodeaba, que mi mente se
ocupase en otras rutinas, me enseñó lo sencillo de la existencia a pesar de los
inconvenientes.
¡Hola!
ResponderEliminarPero que bonita lección nos brindas con este relato.
Vivimos una vida en que quejarnos está a la orden del día. Nos quejamos por falta de tiempo, nos quejamos porque no nos sales las cosas como esperamos... y cuando nos preocupamos de esas quejar nos olvidamos de algo inmenso, que es vivir. Y la vida, o bueno, poder disfrutar de ella, creo que están en esas pequeñas cosas del día a día que no valoramos porque creemos que siempre van a estar ahí.
Así que dejemos de quejarnos, y dediquémonos a vivir.
Besotes
Hola!
ResponderEliminarme ha encantado la "moraleja" del relato; a veces para apreciar la verdadera belleza hay que ir más allá que solo con lo que vemos a simple vista y hay que saber adaptarse a las circunstancias y sacar lo mejor de cada momento que nos toca vivir. Al fin y al cabo, no sabemos cuanto tiempo vamos a estar aquí por lo que es mejor aprovecharlo.
Besos!
Hiciste un muy buen relato.
ResponderEliminarMoraleja muy bonita nos deja como siempre con esa reflexión. Adaptarse sin duda alguna es una tarea que a veces no es nada fácil para algunas personas. Pero, la vida consiste en eso, en ir apartándonos.
ResponderEliminarQue linda historia, a veces las personas logran una transformación en nuestro interior, nos hacen ver que nuestros problemas son pequeños en comparación de lo que le toca vivir a otras personas que asumen la vida con una actitud muy diferente a pesar de las limitaciones que la vida les ha puesto.
ResponderEliminarHala! Este relato sí que me ha encantado. No hubiera imaginado nunca lo que le pasaba a la muchacha, y él todo el rato pensando otra cosa... Pero al final ella con su desgracia lo ayudó a él con la suya, al final todo pasa por algo. Me encanta porque cada vez más nos ofreces en estos relatos tan cortos estos giros que no ves venir, así que una vez más felicidades! Un besote grande!
ResponderEliminarHay que agradecer por lo que somos y lo que tenemos, ya que hay muchos otros no pueden disfrutarlos, como es el caso de la vista con la vecina. Me ha gustado este relato, da que pensar sobre temas que son realmente importantes, bss!
ResponderEliminarHolaa
ResponderEliminarQué bonita historia. Te invita a reflexionar sobre todas las cosas que nos perdemos por no saber apreciarlas. La vida nos da lecciones continuamente y hay que saber aprender de ellas.
Besotes
Exacto! El giro que da, uno no sabe qué esperar y sale el factor sorpresa.
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